sábado, 19 de enero de 2008
Literatura breve.
Brais tiene grandes y elaborados planes. El destino ha reservado un lugar destacado para su nombre en el prime time de la inmortalidad. Sin embargo, al terminar esta historia breve, sólo le ha dado tiempo a encender un cigarrillo.
miércoles, 9 de enero de 2008
La primera noche del año
Esta es mi primera promesa para este año nuevo: no vuelvo a beber. No vuelvo a beber TANTO. Vale, era la noche de fin de año, no tendrá tanta importancia, pero lo ocurrido no tiene perdón, y la ocasión que he desperdiciado es francamente lamentable.
Ya había bebido bastante cuando la discoteca cobró una iluminación escandalosa con su entrada. Una mujer vestida de hombre, qué tiene de especial... Mucho. No podría haber pasado desapercibida para nadie. Su traje y su corbata no eran muy diferentes de todas las de los chicos, pero en ella se destacaban con un estilo mucho más pertinente, marcando un nuevo matiz a la hora de llevar traje y corbata. Un sombrero ocultaba su corto pelo negro, pero no escondía los relámpagos de su sonrisa. Sus pasos firmes y seguros resaltaban sus estupendos pechos bajo su camisa. La elegancia había entrado en el local con el año nuevo.
Pensé que sólo me acercaba a ella con mis ojos, pero por lo visto también lo había hecho con los pies. Cosas de mis pies impetuosos e incontrolables... También mi lengua había decidido hablar, mis manos matizarla, mi sonrisa y mi escote destacarse, ella invitarme a una copa, y yo a ella, y ella a mí. No estoy segura de mucho más, pero supongo que cuando me sacó a bailar debimos de ser durante un buen rato la atracción del local. Poco recuerdo, y en todo caso los pequeños detalles que puedo contar están envueltos en una espesa neblina etílica. Aquel baile fue feroz, casi doloroso. Mi cuerpo se revolvía entre sus manos, su cintura golpeaba como un látigo en mis breves caderas, sus brazos inclinaban mi cuerpo hasta encontrar su rostro a escasos centímetros del mío, hasta que ella era la mismísima Rhett Butler y yo no otra que Scarlett O'Jalá me beses ya, culebra. Fue cuando cerré los ojos que todo comenzó a dar vueltas y todo el universo fue a parar a mis labios. Al abrir los ojos me encontré ahogada en un beso eterno, enchufada a unos labios que me estaban salvando la vida. Alguna clase de líquido suave, regenerador y congelado salía de aquella boca para deslizarse por mi garganta, colmándome de una vida desconocida, nueva, venenosa, indispensable como la lluvia. No había ya ningún otro estímulo externo, ni música, ni gente, ni luz, ni borrachera. Sólo un fuego en mis labios y el manantial centrifugando mi esófago, inundando mi sangre como una catarata histérica, limpiándome de mí misma.
Como en plena sobredosis, mis pies dejaron de contactar con el suelo. Lo sentí claramente. Las dos nos elevábamos, subíamos dos, tres, cuatro metros por encima de las cabezas de la gente que había desaparecido. Y en el aire fuimos un tornado, una peonza asesina fundida en todos los colores, girando alocadamente. Fue mi cuello el que se ofreció a sus dientes, lo sé. Grité, porque no tuve más remedio, pero lo vivía, lo gozaba, y tuve la sensación de que sus dientes jamás habían estado en ningún otro lugar. Fue mi sangre la que esta vez saltó como una gacela en busca de su lengua, borboteando hacia sus ganglios, tratando de enmarañar nuestros líquidos hasta lograr una perfecta telaraña de tendones y carnes anárquicas indistinguibles...
Después volví en mí, sentada, confundida en medio de un montón de gente desconocida y desagradable. Por más que busqué no volví a verla. Busqué desesperada y tambaleante entre todas las corbatas, pero sólo encontré lenguas de sapo y piel de lagarto. Acabé vomitando toda mi confusión y proclamando mi delirio a las cuatro estaciones. Quién más la ha visto, gritaba, dónde está, aullaba, vuelve, tronaba. Abriéndome paso a puñetazos, arrancando corbatas de cuajo, ofreciendo mi sangre a un colmillo furtivo, finalmente caí con toda mi ebriedad de desesperación al más duro y solitario de los suelos para que la compasión de alguna conocida me rescatase de un percance más serio.
Desde mi cama convaleciente prometo no volver a beber. Nada de esto debería haber ocurrido. No es nada agradable estar con este dolor de cabeza, con esta sensación de pérdida en las entrañas, con esta resaca de humedades inescrutables, con este nudo de corbata ahogando mi memoria, con este anhelo de hendir colmillo en blanco cuello.
Ya había bebido bastante cuando la discoteca cobró una iluminación escandalosa con su entrada. Una mujer vestida de hombre, qué tiene de especial... Mucho. No podría haber pasado desapercibida para nadie. Su traje y su corbata no eran muy diferentes de todas las de los chicos, pero en ella se destacaban con un estilo mucho más pertinente, marcando un nuevo matiz a la hora de llevar traje y corbata. Un sombrero ocultaba su corto pelo negro, pero no escondía los relámpagos de su sonrisa. Sus pasos firmes y seguros resaltaban sus estupendos pechos bajo su camisa. La elegancia había entrado en el local con el año nuevo.
Pensé que sólo me acercaba a ella con mis ojos, pero por lo visto también lo había hecho con los pies. Cosas de mis pies impetuosos e incontrolables... También mi lengua había decidido hablar, mis manos matizarla, mi sonrisa y mi escote destacarse, ella invitarme a una copa, y yo a ella, y ella a mí. No estoy segura de mucho más, pero supongo que cuando me sacó a bailar debimos de ser durante un buen rato la atracción del local. Poco recuerdo, y en todo caso los pequeños detalles que puedo contar están envueltos en una espesa neblina etílica. Aquel baile fue feroz, casi doloroso. Mi cuerpo se revolvía entre sus manos, su cintura golpeaba como un látigo en mis breves caderas, sus brazos inclinaban mi cuerpo hasta encontrar su rostro a escasos centímetros del mío, hasta que ella era la mismísima Rhett Butler y yo no otra que Scarlett O'Jalá me beses ya, culebra. Fue cuando cerré los ojos que todo comenzó a dar vueltas y todo el universo fue a parar a mis labios. Al abrir los ojos me encontré ahogada en un beso eterno, enchufada a unos labios que me estaban salvando la vida. Alguna clase de líquido suave, regenerador y congelado salía de aquella boca para deslizarse por mi garganta, colmándome de una vida desconocida, nueva, venenosa, indispensable como la lluvia. No había ya ningún otro estímulo externo, ni música, ni gente, ni luz, ni borrachera. Sólo un fuego en mis labios y el manantial centrifugando mi esófago, inundando mi sangre como una catarata histérica, limpiándome de mí misma.
Como en plena sobredosis, mis pies dejaron de contactar con el suelo. Lo sentí claramente. Las dos nos elevábamos, subíamos dos, tres, cuatro metros por encima de las cabezas de la gente que había desaparecido. Y en el aire fuimos un tornado, una peonza asesina fundida en todos los colores, girando alocadamente. Fue mi cuello el que se ofreció a sus dientes, lo sé. Grité, porque no tuve más remedio, pero lo vivía, lo gozaba, y tuve la sensación de que sus dientes jamás habían estado en ningún otro lugar. Fue mi sangre la que esta vez saltó como una gacela en busca de su lengua, borboteando hacia sus ganglios, tratando de enmarañar nuestros líquidos hasta lograr una perfecta telaraña de tendones y carnes anárquicas indistinguibles...
Después volví en mí, sentada, confundida en medio de un montón de gente desconocida y desagradable. Por más que busqué no volví a verla. Busqué desesperada y tambaleante entre todas las corbatas, pero sólo encontré lenguas de sapo y piel de lagarto. Acabé vomitando toda mi confusión y proclamando mi delirio a las cuatro estaciones. Quién más la ha visto, gritaba, dónde está, aullaba, vuelve, tronaba. Abriéndome paso a puñetazos, arrancando corbatas de cuajo, ofreciendo mi sangre a un colmillo furtivo, finalmente caí con toda mi ebriedad de desesperación al más duro y solitario de los suelos para que la compasión de alguna conocida me rescatase de un percance más serio.
Desde mi cama convaleciente prometo no volver a beber. Nada de esto debería haber ocurrido. No es nada agradable estar con este dolor de cabeza, con esta sensación de pérdida en las entrañas, con esta resaca de humedades inescrutables, con este nudo de corbata ahogando mi memoria, con este anhelo de hendir colmillo en blanco cuello.
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