Un pienso bajo en proteínas, apagados colores en las paredes de los gallineros, grabaciones constantes de cacareos monótonos y una iluminación dañina acabaron por dominar la voluntad de las gallinas. Nos habíamos propuesto abducirlas, y en apenas tres días, aquellas aves estaban subyugadas, vencidas a nuestros deseos, completamente rendidas. De todos modos, no era fácil conseguir demasiado de ellas. Las gallinas son animales estúpidos y no están acostumbradas a la realización de ninguna tarea, por lo que se nos hizo difícil sacar partido al control mental que sobre ellas ejercíamos. Así, cuando intentábamos que todas ellas desfilasen como un ordenado ejército gallináceo, observábamos para nuestra desesperación cómo perdían el paso una y otra vez, se salían de la fila o tropezaban las unas con las otras. Si les ordenábamos que estuviesen firmes y en silencio, no faltaba aquélla que, a pesar de los castigos que les infringíamos, desplegaba sus alas, o se le escapaba un inoportuno cacareo. Nada en nuestro lavado de cerebro había fallado, pues las gallinas estaban completamente dominadas; el problema era su incapacidad para seguir nuestras instrucciones. Sin embargo, pudimos apreciar que una gallina destacaba por encima de las demás. Este increíble ser comprendía y obedecía nuestras órdenes con una eficacia inusitada. Demostraba una habilidad superior a la del resto de sus compañeras, e incluso las reprendía, corregía sus errores, la veíamos desesperarse ante la incapacidad del resto del grupo, y se había erigirdo por derecho propio en nuestra mano derecha y líder del gallinero.
Entonces llegó la gran noche. Reunimos a todo el corral y con un elocuente discurso comisionamos a todos nuestros sometidos animales a realizar un suicidio colectivo a mayor gloria de nuestra sociedad. Todas las gallinas comprendieron a la perfección la importancia de nuestro mandato, y mostraron un gran entusiasmo en llevar a cabo este trascendental cometido.
No fue ninguna sorpresa lo que encontramos al día siguiente. El gallinero amaneció como cualquier otro día. Todas las gallinas seguían vivas, dispuestas a obedecer malamente nuestras órdenes. Posiblemente lo habían intentado durante toda la noche, pero nunguna había encontrado la manera de suicidarse. Y como no podía ser de otra forma, allí la vimos; el cuerpo muerto de nuestra gallina inteligente yacía en mitad del corral. No esperábamos menos de ella. Sólo ella había sido capaz de encontrar el modo de llevar a cabo nuestro mandato, como había hecho siempre. Su inteligencia superior le había permitido encontrar el modo, y lo había logrado, aún no sabemos cómo.
Fue un claro caso de selección natural inversa.
domingo, 29 de marzo de 2009
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