miércoles, 22 de agosto de 2007

3200 jilgueros

Extendí los brazos y en una fracción de segundo liberé a 3200 jilgueros que se alejaron volando al unísono como si fueran un solo ser. Se elevaron durante un buen rato, subiendo y subiendo hacia un cielo más alto que el cielo y más azul que el cielo. Cuando alcanzaron cierta altura, se detuvieron en el aire, formando un círculo perfecto que sirvió de sol. La verdad es que hacía falta. LLevábamos soportando unos cuantos días de julio triste y nublado, así que por fin podíamos disfrutar de un poco de sol, aunque fuera de jilgueros. Brillaron, relucieron, resplandecieron con sus trinos, y su luz nos inundó de júbilo y alegría, e incluso algunos nos sentimos colmados de un optimismo inocuo, incomprensible, juvenil...
Hay distintas versiones sobre lo que ocurrió después. Unos dicen que fue una nube de urracas. Otros que un planeta de cornejas provocó un eclipse. Ahora el día vuelve a ser gris, amenaza lluvia, el sol auténtico sigue desaparecido, en el ambiente se percibe cierto halo de sospecha, inquietud y tirantez, y un niño se empapó hasta el calcetín al pisar un charco que él mismo había llorado por golpearse su otro pie con una piedra más dura que una piedra. Lo peor es que los 3200 jilgueros han regresado a casa, justo después de haberme pasado dos horas limpiándola y ya no me queda alpiste ni para mi propia cena.

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