Por primera vez en su vida fue consciente de que en algún momento se había equivocado en algo. Por primera vez se había sonrojado, dudaba, se la tragaba la tierra. Seguramente es que se había enamorado de aquella mujer perfecta. Qué estupidez. Cómo era posible haber llegado hasta este extremo. En un primer momento, todo era ilusiones, y carruseles vertiginosos de la sangre por las yemas y las plantas de los pies, pero ahora, allí plantada y llena de vergüenza comenzaba a plantearse la idea de que quizás toda su vida había sido una sucesión incontrolada de equivocaciones.
Esto es para ti, le había dicho, con una sonrisa que jamás había lucido antes, que no sabía que era capaz de desplegar. Cuando la mujer perfecta desenvolvió el regalo, desveló también toda una vida cayendo en picado, una bofetada al corazón de las tinieblas, platos rotos dentro del laberinto del alma enloquecida. Y entonces la mujer perfecta sentenció: Un sujetador... pero este sujetador ya era mío...
Una nueva pasión había colisionado con su incontrolable y viejo arrebato. Estaba claro que algún día sucedería un disparate semejante. Ahora había que seguir viviendo detrás, debajo de él, pero, cómo, para qué.
domingo, 30 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario