Nadie sabe cómo llegó el señor García a esa situación. Se dice que estaba espiando a su vecina, lo cual todo el mundo da por sentado, y nos parece verosímil, conociendo al señor García, aunque eso no puede explicar completamente todo lo sucedido.
Fue la propia Susana, la vecina, quien lo descubrió.
- ¿Señor García? ¿Qué hace usted con la cabeza atrapada entre los barrotes que separan mi jardín del suyo?
El señor García quiso encojerse de hombros, pero su posición no se lo permitió del todo. Estaba arrodillado entre unos arbustos de su jardín, aunque su cabeza se encontraba por completo en el jardín de la vecina. El espacio entre las barras era inconcebiblemente pequeño, nadie se podía explicar cómo demonios había conseguido introducir la cabeza allí. A modo de excusa, logró decir:
- Estaba regando las flores y...
Cuando llegaron los bomberos, decidieron que de la misma manera que la cabeza llegó a introducirse allí, tendría que salir. El problema es que era inexplicable. No había manera.
- No se preocupen -trataba de tranquilizarles el señor García -hasta las nueve no empieza el partido.
La tranquilidad del señor García sorprendía a todos. Desde Susana, que era un manojo de nervios, hasta los bomberos, que no veían medio de usar sus mangueras, hasta un grupo de ingenieros, que veían inútiles todos sus estudios ante semejante dilema, se veían impotentes.
- Señor García -se atrevió por fin el jefe de bomberos,- me temo que tendremos que cortar el cuello.
- Comprendo su postura -dijo sonriente el señor García. -Usted tiene que hacer su trabajo, y yo lo respeto. No quisiera entrometerme, pero le quisiera sugerir que quizás podría ser más conveniente serrar un barrote, si no le parece mal.
La astucia del señor García dejó a todos anonadados. Desde ese instante todos los técnicos y peritos se desplegaron por la ciudad buscando herramientas que pudieran serrar el barrote. Mientras tanto, el señor García se mantenía impasible.
- No se apresuren. Empiezo a sentirme muy cómodo aquí.
Nadie se daba cuenta, pero en efecto, el señor García parecía estar a sus anchas con la cabeza encajada entre las barras. De hecho, nunca se había sentido mejor. De pronto, su atrapada cabeza se veía inundada de brillantes ideas. No me pregunten qué clase de ideas eran ésas, pero sin duda la clarividencia, la luz, el intelecto, la imaginación formaban ahora parte de su existencia. El señor García tenía respuestas, las tenía para cualquier pregunta que se hubiese formulado en cualquier parte del mundo y para todas aquellas que todavía estuviesen por formularse. Sus ojos lo abarcaban todo, sus sentidos traspasaban todo lo cognoscible hasta adentrarse en el terreno de lo esotérico, de lo inefable. Una flor ya no era una flor, sino una sombra, una metáfora de algo enorme, que por ser tan enorme, era invisible.
El caso es que cuando por fin un niño apareció con una sierra de pelo, el señor García ya había encontrado el medio de salir de allí por si solo, y todo el dispositivo de emergencia se retiró a casa, bastante decepcionado, hemos de admitir. Susana todavía se queja de que de vez en cuando ve la cabeza del señor García entre los barrotes que separan sus jardines, y que no hace más que espiarla. Nosotros sabemos que mete allí la cabeza para obtener un poco más de sapiencia.
- Yo sólo estaba regando la flores... -declara siempre el señor García.
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