Hoy casi me descubren. He tenido un pequeño descuido, y ha faltado muy poco para que todo se viniese abajo. Mi elaboradísimo plan siempre pendiendo de un hilo se tambaleaba como un boxeador al borde del knock out, y durante unos segundos, he de admitir, me sentí derrotado, a punto de confesar cualquier estupidez.
No recuerdo cómo, he salido del aprieto, quizás sujetándome a una cucharilla, quizás recitando a Shakespeare (últimamente parece ser mi solución para todo). He aparecido en cuclillas en el cuarto de baño, y de pronto me he sentido a salvo, aunque el resto del día lo he pasado oculto tras un papel de periódico al que le había hecho dos agujeros para otear el horizonte o respirar.
Mientras escribo estas palabras, todavía trato de inventar excusas e idear estrategias para eludir lo que prácticamente se me antoja ineludible. Porque lo sé, mañana sucederá lo mismo, y esta vez, no sé si fingir un desmayo servirá. Quizás si me disfrazo de problema todo el mundo me evite, y hasta yo mismo me evite, y tan sólo con dar un pequeño rodeo a la rutina pueda una vez más escabullirme entre las paredes, las grietas, los minutos del día.
Pero cuánto tiempo podré continuar así, con todos mis actos equilibristas, sublimando una discreción imposible, construyendo un refugio de surrealismo arquitectónico cada vez que doy las gracias. En cualquier instante estornudaré, o diré buenos días, y me desenmascararán con la facilidad que se puede desenmascarar a un semáforo en un jardín botánico.
Espero que mañana, y el resto de los días hasta que vuelva a ser hoy, aparezca un transatlántico que me sirva como excusa, o se estropee un cosmos, o nos demos cuenta de que hay doce relojes y que ninguno funciona bien. Atrasa, adelanta, tartamudea, cojea, duda, patina, contradice, se abstiene, hace flash-backs, hace elipsis, insulta, dinamita. Sólo me queda desear que todo esto suceda mañana, y si no es así, yo me encargo.
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