A veces las leyes del caos se confabulan estratégicamente y actúan con una precisión que sólo se puede conseguir desde la más absoluta arbitrariedad. La exactitud más rigurosa es siempre la más aleatoria.
Véanme este lunes, caminando por cualquier calle, quizás siguiendo cierto rumbo predeterminado, cuando a dos pasos veo una moneda de dos euros tirada en la acera. En cuanto me agacho para recogerla, la mano de una muchacha se adelanta a la mía, y los dos nos miramos sorprendidos, medio ruborizados ante semejante situación. Ella acaba por sonreírme, se guarda la moneda en el bolsillo, y ampliando su sonrisa hasta ocupar toda la manzana, me da un euro.
Véanla ahora a ella el miércoles, calle abajo, casi todavía recordando el asunto del lunes pasado, cuando a dos pasos divisa una moneda de dos euros. Tan pronto se agacha a recogerla, mi mano se anticipa a la suya, y nuevamente los dos nos miramos, atónitos, nos sonreímos, nos pasmamos, nos repartimos la moneda.
Vean este viernes una moneda de dos euros yaciendo en la calle, quieta, esperando a que una muchacha y yo nos encontremos y nos sonriamos, nos enamoremos quizás, porque qué otro sentido podría tener toda esta locura, toda esta broma cósmica, no hay más remedio que ella y yo perdiéndonos en las miradas, sonrisas, complicidades de monedas perdidas, todo un desafío de las constelaciones, de todos los perdedores de monedas del mundo.
De la misma manera que hasta tres veces el azar juega con nosotros, decide que nunca jamás vuelva a suceder. Vean este sábado, este domingo, este nuevo lunes que es quizás un martes convirtiéndose en un miércoles que desea ser jueves en el que nada ocurre. Véanme a mí recordando una mano que recogía una moneda, saboreando aquella mirada, anhelando la inmensa sonrisa que me abrazaba, extrañando nuestros encuentros casuales que nunca se habrán de producir de nuevo. Hoy me veo a mí mismo, tan estúpido como para fingir que pierdo una moneda, para más tarde volver sobre mis pasos y encontrármela, pero yo solo, sin ninguna otra mano que deshaga la soledad de la mía, que recoge la moneda con desgana. Pruebo suerte en las esquinas, pero nunca su mano se anticipa a la mía. La soledad del que encuentra la moneda que él mismo ha decidido perder.
Y ahora unos niños han empezado a seguirme, ya ni yo mismo encuentro mis propias monedas. El loco que tira monedas de dos euros, dicen. Qué saben ellos de las leyes del caos.
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