martes, 21 de agosto de 2007
Muerdo
Estoy en baja forma. Por las noches, mientras duermo, siento -o sueño que siento- que me duelen las piernas. Adormiladamente, intento localizar el punto exacto del que procede el dolor, pero no soy del todo capaz de ubicarlo. Sospecho que proviene de un hueso que no tiene nombre, que sólo tengo yo. Cuando despierto, obras en mi cabeza, taladros, martillos, escavadora. Mi nariz en la olimpiada del estornudo. Un ojo se cierra se abre y se cierra a velocidad imperceptible contra mi voluntad. El espejo, honesto pero cruel, me manda a la mierda. Entonces muerdo, y en eso soy insuperable. La emprendo a mordiscos con las sábanas, con la lámpara, con las puertas y ventanas. Desde mi coche muerdo las luces rojas, y no se libran de mis mordiscos los guardias de tráfico y los conductores de las ambulancias. Entro a mordiscos en el aula, y echo -a mordiscos- a todos mis alumnos. Muerdo con los incisivos a las nubes, provocándoles la lluvia, a la que le clavo los caninos y a la que acabo de destrozar con los molares. Muerdo las colas de los perros, parto a dentelladas los bastones de los viejos, y nunca desaprovecho la oportunidad de incar el diente a los columpios del parque donde juegan los niños que huyen por si acaso. No hay quién me pare, muerdo hasta al mordisco, y al acabar el día y regresar a casa, muerdo cada escalón de mi edificio que subo con mis doloridas piernas, que tampoco puedo evitar mordisquear.
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