Su vida era una mierda, pero lo peor no era eso, sino que lo iba a seguir siendo hasta el final. Lo vio tan claro que en ese instante sintió que dadas las circunstancias no tenía nada que perder. Daba igual lo que hiciese, su vida no iba a dejar de ser una mierda por ello, así que al carajo con todo. Aprovechándose de la confusión, estiró una pata, hizo tropezar a unos cuantos, se deslizó entre la oscuridad, clavó un codo en unas costillas, tiró al suelo algunos vasos, embistió disimuladamente un vientre, empujó a las profesoras, lanzó a un camarero a la piscina, apuñaló a la mascota, arrancó al ujier su bigote postizo y pisó las gafas del conferenciante hasta lograr abrirse paso hasta ella. Entonces estiró los labios lo máximo que estos podían dar de sí, y la besó. Era evidente que nada bueno podía salir de este acto, pero ya no le importaba nada, nada más que prolongar ese momento cuanto más, antes de sentir algún puño en su cara.
Justo un segundo después de que se oyeran las sirenas del coche de bomberos, se paró el mundo. Nunca había sucedido antes, así que no puedo decir si el beso tuvo algo que ver con ello o no. La música dejó de sonar, se secaron las fuentes, se borraron los relojes, se helaron las sonrisas. Nadie regresó a casa esa noche. Un perro se quedó con su ladrido en la boca. Los espejos se agotaron. No es que nada se hubiera terminado, simplemente se quedó en un eterno stand-by.
La verdad, ni en sueños se podría imaginar que su beso iba a durar tanto. Luego el mundo continuó, claro, porque eso del eterno stand-by no existe, y mucho menos los besos eternos para alguien cuya vida iba a seguir siendo una mierda, como ya he dicho.
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