La pasada noche vi a un fantasma, a un muerto viviente y a un vampiro. No sé si se ocultaban, pues su proceder suele ser huidizo, siempre da la impresión de que se esconden entre las penumbras aunque no sea así. A mí no me costó demasiado identificarlos. El fantasma dejaba un pegajoso e inconfundible rastro de tristeza por los suelos que brillaba más allá de toda duda. Al muerto viviente lo delataban sus ojeras y su andar cansino por el exagerado insomnio. Al vampiro pude reconocerlo porque trataba de apagar algún ansia mordisqueando las paredes de las casas mientras cantaba Delilah.
Sin dudarlo, me uní al grupo. Me aceptaron amistosamente, pues no tengo ninguna dificultad en hacerme pasar por cualquiera de ellos, y continuamos la noche evadiendo nuestras siluetas, de penumbra en penumbra.
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