La belleza está en los ojos de quien la mira", decía la profesora de "Estética". Y lo decía mirando hacia mí, sonriente, insinuante, como si pretendiese aludirme con su frase. Yo tomaba apuntes ávidamente, levantaba la cabeza, y también le sonreía, fascinada. No me perdía ni una sola de sus palabras, ni una sola de sus sonrisas, ni uno solo de sus pasos que desplegaba lenta y elegantemente por la clase, ligera, como si volase sobre todos nosotros con su leve cuerpo de estrecha cintura y pechos pomelo. Posiblemente era la profesora más sonriente que hubiese tenido nunca, y juraría que todas las sonrisas iban dedicadas a mí con toda intención, lo cual me hacía devorar con todavía más ansia cada palabra, cada gesto, cada tramo de su vuelo.
Poco a poco comencé a perder interés en las demás asignaturas, pero era la más aplicada y ansiosa en cuanto a "Estética" se refería. Había una conexión profunda y especial entre la profesora y yo. Yo era la única que era capaz de captar la diferencia que había cuando la profesora decía "Belleza" y cuando decía "belleza", cuando decía "Estética" y cuando decía "estética". Comprendía el significado que tenía el más mínimo movimiento de sus manos, desentrañaba todos los matices que desplegaba uno solo de sus parpadeos, y ella se daba cuenta de ello. A veces, un gesto con su mano suponía una aclaración que me hacía a mí exclusivamente, y no hacía falta más. Yo me lanzaba a tomar apuntes de lo que ese gesto había significado, a continuación levantaba la cabeza, sonreía y mis ojos engullían nuevamente a la profesora, que me dedicaba toda una galería de sonrisas, gestos, palabras y guiños exclusivos, íntimos, incitantes.
El día en que me decidí a ir a su despacho, no tenía ni idea de qué le iba a decir. Había tantas cosas que quería decirle... Sin embargo, también había tantas cosas que ya nos habíamos dicho sin decir ni una palabra que quizás sobrase todo lo que pudiésemos hablar. Por ello, simplemente llamé a la puerta y abrí, sin pensar ninguna razón para mi visita. Ella levantó la vista, y sonrió al verme, pero yo, por primera vez, no estuve muy segura del significado de su sonrisa. Evidentemente, ella entendió mi confusión inicial, y matizó su sonrisa levemente, cerrando un poco los labios, es decir, invitándome a entrar, pero al mismo tiempo reprochándome el que no hubiese ido antes. Yo me mordí un labio, como diciendo que lo sentía, y ella me lanzó un nuevo reproche al pasar su mano por la nuca. "¿Y si fuese tarde?", parecía decir. Yo me quedé muda, es decir, inmóvil.
- Hola -dijo por fin, perdonándome sinceramente. - Pasa y siéntate.
Sus manos extendidas y el contrapunto de las sílabas tónicas con las átonas convidaban a la relajación. Pero yo no era capaz de relajarme. De pronto eran demasiados los gestos, demasiadas las palabras, apenas tenía tiempo de estructurar con coherencia la avalancha de significados que mi profesora me enviaba. La camiseta de tirantes que moldeaba su pequeño cuerpo decía cosas que contradecían a los lunares de su cuello, sus movimientos de cabeza decían lo contrario que su caída de párpados, y en su sonrisa cada diente negaba al diente anterior. Era más de lo que podía soportar. No pude controlarme y me eché a llorar. Ella se levantó, y flotando como sólo ella sabe, se acercó a mí, me tomó la mano y me acarició el pelo.
- Esta asignatura no es fácil. Especialmente para alguien que la entiende.
-No es la asignatura -logré decir entre balbuceos. No podía parar de llorar, pero en ese momento lo hacía ante la idea de quizás en cualquier instante ella dejaría de tocarme.
- Ya lo sé -dijo ella. Sus manos se posaron en mis hombros, acariciaron mi cuello, descendieron por mis brazos y agarraron mis manos fuertemente. Cuando levanté los ojos, llenos de lágrimas, encontré los suyos, llenos de firmeza, pero también de piedad, de tristeza, de profunda resignación. Entonces acercó su mejilla a la mía, y susurró:
- Ésta es la última lección. La más difícil.
Sentí sus labios en mi mejilla, congelados, durante tres segundos. Era un beso doloroso, pero mucho más doloroso por su brevedad. Pensé que moría durante el contacto de sus labios, pero mucho más muerta me dejaba la ausencia de ellos. Al momento, otro nuevo beso me quemaba la piel. Mis labios, desesperados, buscaron los suyos, pero ella alzó su dedo y me detuvo.
- Tan sólo escucha -susurró, y fueron sus labios los que encontraron los míos como una navaja insertándose en una esponja. Después se separó y regresó a su silla. Yo me levanté temblando, exausta. La miré, sin saber qué hacer, pero inmediatamente me di cuenta de que la lección había terminado. Esta vez los apuntes estaban sobre mi piel, sobre mis labios, podía sentirlos abrasándome y esparciendo su picazón por todo mi cuerpo. Salí del despacho de mi profesora, mientras su mirada me confirmaba que, en efecto, era evidente la diferencia entre "amor" y "Amor".
martes, 11 de septiembre de 2007
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