En general, sus palabras no solían significar nada, pero las definían bastante bien. Cuando ya no podían más, cuando el sudor y demás líquidos se mezclaban atascando los músculos del cuerpo, se apoderaba de ellas el delirio, y una gastaba el poco aire diciendo:
-Helado de chocolate en mi lengua tus pestañas sirope de gemidos.
La otra, creyendo que comprendía, contestaba inexplicablemente:
-Salada coreografía y contraplano marino de las algas en tus muslos.
Se dormían, agotadas, satisfechas tras tan absurdas aunque honestas declaraciones. Después despertaban llenas de coherencia con la que engañarse mutuamente.
miércoles, 5 de diciembre de 2007
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