- ¿De dónde vienes?
Eso fue todo lo que mi pasmo me permitió preguntar. Necesitaba explicaciones a lo que acababa de suceder. Tanto voltaje, tanta humedad, tanto vértigo, tal cantidad de dinamismo incontenible... Mi pregunta no era suficiente a todo lo que mi indagación pretendía, pero no había otra que pudiera aparecer. Quizás cuando dije "dónde" quise decir de qué planeta, de qué ciudad sumergida o de qué círculo del infierno; así esperaba la respuesta. En cualquier caso, las palabras se antojaban imprecisas. Ella, levantándose de cama, mirándome seriamente, contestó:
- La pregunta no es de dónde vengo, sino a dónde voy.
Los ojos se me disparaban en ascuas. Mi ansiedad era incontrolable e inundaba las sábanas de su cama.
- ¿A dónde vas? - pregunté temblorosa, como si fuese la última pregunta de mi vida.
- A hacer el desayuno - dijo con una sonrisa delincuente, y mientras se dirigía a la cocina, sus palabras quedaron suspendidas en el aire, respondiendo a mucho más de lo que yo había preguntado. Me recogí entre las sábanas de su cama, todavía degustando sus palabras, como si fuesen el mismísimo desayuno, la merienda y la cena, tiritando de euritmia, de concordancia y de pavor.
sábado, 1 de diciembre de 2007
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