Haciendo acopio de toda la imprudencia que fui capaz de reunir en un instante, di marcha atrás sin mirar. A mis espaldas bien podría haber un precipicio que no me importó nada. Mi pie se mantuvo firme en el acelerador y mis ojos mirando obcecadamente al frente. Luego regresó el sentido común y mi juicio pisó el freno, deteniendo el coche en seco. No hubo trágicas consecuencias derivadas de mi temeridad, aunque se ha de tomar nota de que algún que otro incauto se llevó un buen susto. Con toda mi serenidad de vuelta asumiendo el control de mi conducción, proseguí el trayecto, dispuesto a no cometer ninguna otra tropelía al volante.
Entonces recordé una historia que no supe muy bien de donde salía acerca de una mosca que siempre volaba marcha atrás. No fue hasta mucho más tarde cuando me di cuenta de que era un relato de Julio Cortázar, y de que la mosca no volaba marcha atrás, sino cabeza abajo. Sin duda, se trataba de otra mosca, pues volar cabeza abajo se puede asumir como una frivolidad, pasatiempo, o concepto estético, y desde luego carece del instinto suicida que tiene el vuelo marcha atrás. Comprenderán que no tiene nada que ver. En ese momento mi memoria quiso hacer una reinterpretación del relato, como suele hacer con todos sus recuerdos, reescribirlos a su antojo y para su propia conveniencia, como el Gran Hermano que sin duda trata de ser. La mosca de mi vuelo no tenía ningún criterio, ni siquiera un cuello muy elástico que le permitiese entrever el camino. No era de extrañar que su destino fuese estamparse contra una inmóvil ventana, y dicho y hecho. Su colisión pasó inadvertida para casi todo el mundo, excepto para un grupo de moscas que decidió homenajear a la accidentada compañera emulando su vuelo. Así, durante unos minutos, un centenar de moscas optó por volar marcha atrás aún a riesgo de terminar como su predecesora. Y claro, así fue. Sus diminutos cuerpos terminaron espachurrados contra el parabrisas de mi coche. Su infausto acto no conllevó ninguna otra trágica consecuencia, aunque ha de anotarse que yo, pobre incauto, me he llevado un buen susto.
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