Dice la Biblia y una canción de Bob Dylan que el hombre puso nombre a los animales. Bueno, al principio sí. Fue un encargo divino que en realidad supuso una carga que el hombre no supo llevar muy bien. De hecho, casi nadie lo sabe, pero el encargo tuvo que ser cancelado antes de finalizarse.
Todo empezó muy bien, el hombre mostrándose muy centrado en su labor y siendo realmente creativo, eligiendo nombres evocadores y llenos de sonoridad: Petirrojo, Águila, Pantera, Luciérnaga. El Creador estaba satisfecho con los primeros nombres. Parecía que el hombre hacía su trabajo de nombrar con eficacia y entusiasmo. Pero esto no duró mucho. "Demasiados bichos", comenzó a pensar el hombre. Cuando vio la cantidad de animales acuáticos que tendría que nombrar, empezó a perder la paciencia. "A estos del agua no los veré mucho. ¿Qué tal si les llamo a todos Pez?" Al Creador no le gustó nada esta salida de tono, y creó un bicho realmente feo y extraño, con pico y pelo. "Ornitorrinco", dijo el hombre, con altanería. Al Creador le hizo gracia el nombre, pero decidió no ponérselo fácil. Más y más animales poblaban el mundo, para los cuales el hombre apenas tenía nombres. Se dedicaba a cambiar una letra por animal, con desidia y aburrimiento. Gamo. Gallo. Gato. Pato. Pavo. LLegó incluso un momento en que repitió el nombre de algún animal. Buey. Comenzó a poner nombres absurdos. Araña, Comadreja, Libélula, Delfín, Ballena. El Creador estaba preocupado, pues todavía tenía muchos insectos por crear y temía que tuviese que recurrir a nombres científicos en latín ante la incapacidad del hombre. Y es que éste ya no daba más de sí. Musaraña, Mariquita, Mariposa, Caracol, Escarabajo, decía en pleno delirio. El agotamiento le desbordaba, hasta que le comenzó un pequeño tartamudeo: Cacatúa, Cocodrilo, Hipopótamo, Papagayo, Cacalamar. "¡Se llamará Calamar!" tronó la voz del Creador, y Él mismo continuó con el asunto de los nombres.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario