Arcadio y Braulio regresaron a su pueblo natal veinte años después, para recordar viejos tiempos. Caminaron calle arriba y calle abajo, atravesaron las viejas plazas y cruzaron las estrechas avenidas. No reconocieron nada, no hubo ni un lugar que les trajese alguna memoria del pasado.
-Esta ciudad no es la de antes. Ha cambiado muchísimo en veinte años.
La verdad es que el pueblo no había cambiado ni un ápice. Todo estaba exactamente igual que siempre. Pero hay que reconocer que Arcadio nunca tuvo muy buena memoria y que Braulio no solía fijarse mucho en su ciudad.
Catalina pensó que había descubierto al amor de su vida. Después tuvo que admitir que lo que había descubierto fue el método Stanislasvski.
Demetrio había hecho su sueño realidad. Ya había reunido el grupo y conseguido que sonase bien. Las guitarras estaban conjuntadas, el sonido era limpio, el batería estaba loco... Sólo le faltaba el nombre del grupo. Tenía que ser original, fresco, que se recordase. Entonces tuvo un momento de gran inspiración y lucidez. Lo tenía. Se llamarían Creedence Clearwater Revival.
Qué puedo decir, se le ocurrió la idea a él solo, pero...
Ayer Epicúreo vio El Padrino. Le gustó tanto que pensó que ojalá hiciesen la segunda parte.
Cuando Filomena murió se llevó un disgusto. Estaba tan decepcionada y tenía tal berrinche que cuando le ofrecieron una resurrección se negó:
-No quiero pasar otra vez por esto. Esmérense con mi ataúd.
Cuando Gumersindo escuchó aquella canción exclamó:
-¡Qué buena la última canción de U2!
En realidad era una vieja canción de Simple Minds, muy mala.
Hacía tiempo que no iba a Santiago y tenía muchas ganas de ver la catedral. Encontré un sitio para aparcar en la Alameda y decidí ir andando desde allí. Intenté encaminarme por las calles que recordaba de las últimas veces que había visitado Compostela, así que puse en marcha mi sentido de la orientación para llegar cuanto antes al Pórtico de la Gloria. Calle arriba, calle abajo, calle que no me suena de nada, callejón sin salida. Por supuesto que no soy de los que preguntan cómo se va a ninguna parte, ni de los que admiten que se han perdido. Tardé tres horas y media en llegar a la Catedral. Desde luego, la habían cambiado de sitio.
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