Si hay una escena que siempre me impresiona verdaderamente es la de ver correr a una gallina sin cabeza. De pequeño vi estamparse contra la pared el cuerpo descabezado de un pollo, y no salía de mi asombro. Mil preguntas se aglutinaron en mi boca, incapaces de salir: ¿estaba vivo o muerto ese mutilado animal? ¿A dónde creía que iba, así sin poder pensárselo? ¿Le dolía? ¿Era capaz de asumir el hecho de que le faltaba la cabeza?
Todavía recuerdo esa escena muchas veces, especialmente en días como hoy. Hoy he salido a la calle, y aunque mis pasos eran rápidos y firmes, carecían de la continuidad lógica del destino. De pronto, todas esas preguntas acerca de la gallina se aplicaban a mí con toda pertinencia. Y en ese instante, celebrando mi tendencia al zig-zag insensato, quizás por estar cerca de su propia pluma, he sentido una gran compasión por las gallinas sin cabeza.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario