viernes, 30 de noviembre de 2007

Nubes y claros

A él le pareció que había sucedido de repente, pero aquellas nubes negras habían aparecido poco a poco, cubriendo el antiguamente rutilante azul del porvenir. Sintió miedo ante tanta oscuridad y la amenaza de lo que se venía encima. Por eso, antes que el primer trueno rompiese, se acercó a ella y dijo precipitadamente:
-¿Quieres casarte conmigo?
Ella, mirando al cielo, también temerosa ante tanto negro nubarrón de futuro, sonrió nerviosamente y respondió sin reflexionar:
-Claro.

martes, 27 de noviembre de 2007

Cálculos

Hemos salido juntas de la cafetería. He hecho un cálculo rápido y el resultado me ha dado negativo, lo cual ha sido una pequeña decepción, pero así hay que aceptar las cosas. Hacer lo correcto significa decirnos adiós antes de que sea demasiado tarde, demasiado malo, demasiado doloroso, demasiado a secas. Como excusa... bueno, aquí está la calculadora.
En definitiva, yo he dicho:
-Adiós.
Y ella ha dicho:
-Chao. ¿Nos vemos mañana?
Y yo he respondido:
-Claro.
Y me he dado la vuelta, pensando que tendrá que ser mañana cuando le diga que no me cuadra el balance, pero entonces ella ha dicho:
-Ah, ¿vas por ahí? Yo también.
Y ahora juntas caminamos calle abajo, una calle interminable. Seguiremos juntas subiendo las escaleras de la casa, y dormiremos esta noche y etcétera la una junto y sobre la otra, y a la mañana siguiente y más, yo todavía estaré allí, infinitamente, en un nuevo y constante momento de cómputos y operaciones y saldos negativos, que habrán de resultar como siempre en nada. De todos modos, seguro que me equivoco. ¿Cuándo he sido yo buena haciendo cálculos?

sábado, 24 de noviembre de 2007

Lipless

Me di cuenta de dos cosas: primera, que se había enamorado de mí; segunda, que no tenía labios. Así que cogió un lápiz rojo intenso traffic light nº22, se pintó un buen par, y me dio un beso.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Qué importa Alicia

No voy a hablar de Alicia porque en realidad no sé nada sobre ella. La conozco, sí, pero lo que podría decir a partir de nuestros encuentros no serían más que pequeñeces, obviedades, anécdotas triviales que no se corresponderían con la magnitud de todo lo que ha sucedido en los momentos en que no nos veíamos.
De lo que voy a hablar es de mí, y de cómo me he quedado tan desamparada. Es cierto que Alicia lo ha originado todo, pero eso no es lo importante. Qué importa Alicia. Es la ausencia dolorosa que me aterra ante esta pantalla lo único que puedo admitir.
Alicia es alguien, y eso es una verdad irrefutable. Fue ella quien me dio aquel pedazo de papel con la dirección, eso también es cierto. Y no menos cierto es que todo lo que encontré en aquel "blog" sobrepasaba cualquier expectativa, cualquier idea preconcebida, sobrepasaba mi capacidad de absorción, sobrepasaba a la misma Alicia, por mucho que fuese ella la que había escrito todo aquello. De acuerdo, sí, escrito por Alicia, pero qué importaba Alicia. Todas aquellas palabras, enlazándose de mil maneras impensables, dibujando significados ocultos bajo otros significados, pintando vidas desconocidas de tantos colores y brillos que llegaban a reflejar la mía propia, esparciendo dolores y euforias que penetraban las yemas de mis dedos... Era un "blog", pero respiraba. Sólo eran palabras, pero estaban vivas, me veían, me tocaban. Podía pasarme horas, días, empapada de sus textos, temblando, envenenándome y purgando mis ansias, flotando sustraída en su universo. Hasta me dio igual que un día Alicia dejara de escribir. Yo volvía a leer una y otra vez todos sus escritos, hallando nuevos alcances en cada línea, declaraciones insólitas que me habían pasado desapercibidas la primera vez, tambaleante de conmoción, de pasmo, de espasmos y de orgasmos.
Aquel día pensé que me fallaba la conexión. Pero no. No me importan los motivos por los que lo hizo. Ya lo he dicho, no importa Alicia. Sólo que su blog ya no está. Sólo que yo estoy sola. Sólo que siento físicamente sobre mi piel la falta de las caricias de aquella creación. Alicia me lo quiso explicar, pero yo no la oía. No sé quién eres tú y no comprendo tus palabras. Se ha ido. Me ha dejado. Y NADA MÁS.

sábado, 17 de noviembre de 2007

El 2 de agosto.

Fue un 2 de agosto, de eso todo el mundo está seguro. La gente se atropellaba por las calles y llegaba a la plaza empujando y farfullando. Algunos pretendían ayudar, otros sacar tajada, otros ser testigos, cada uno con su peculiar visión de la vida. Aquello no pasó desapercibido para nadie, y desde entonces, el pueblo nunca ha vuelto a ser el mismo. Las primeras voces que se alzaron sugirieron que, dado que aquello había sido un milagro, la plaza fuese llamada desde entonces "Plaza del Milagro". Muchos se opusieron radicalmente, alegando que aquello de milagro nada, que en todo caso había sido un accidente, y si acaso la plaza podría llamarse "Plaza del Accidente", o bien "de la Eventualidad". Surgió una tercera corriente que argumentaba que no había ni milagro ni accidente, pues lo sucedido se trataba de una lógica consecuencia de los actos acaecidos anteriormente, y que de una vez por todas, deberían destapar una placa en la plaza con el título "Plaza del Determinismo". La discusión en la que el pueblo se enzarzó fue interminable. Se habló de culpar a los bomberos o a un perro, se propuso mandar un mensaje de agradecimiento al presidente de la república francesa, algunos plantearon la conveniencia de organizar en el acto una feria en la que se expusiesen todos los relojes y despertadores del pueblo, pues sin duda el paso del tiempo era un factor que había estado presente durante los hechos acontecidos desde el minuto uno hasta la fecha, y ése fue el razonamiento más irrefutable y el que menos repercusión tuvo aquel día.
Cuando llegó el momento de las conclusiones, no hubo ninguna. La discusión arrasó toda coherencia con un torbellino asolador de palabras contradictorias. Los que al principio se mostraban optimistas regresaban a casa sumidos en una deseperante negatividad, y los más indecisos acabaron por querer mantener su incondicional punto de vista a toda costa, y quemaron fotos del alcalde.
A día de hoy, los habitantes del pueblo no se dirigen la palabra, sólo ciertas miradas llenas de suspicacia en el rabillo del ojo. Si se les pregunta por lo sucedido el 2 de agosto, mantienen un silencio despectivo, lleno de calladas blasfemias, y les invade el recelo y la confusión, pero jamás dan una respuesta. La versión oficial dada por los organismos locales es que nadie recuerda qué sucedió aquel día, y desde mi modesto punto de vista, yo creo que es cierto.

martes, 6 de noviembre de 2007

El momento de gloria del niño-sapo.

A mí no me recordaréis, pero seguro que os acordáis de Gustavo, el niño-sapo. Tenía brazos, manos y dedos, tenía piernas y pies, como cualquiera de vosotros. Pero también era verde, tenía una larga lengua con la que atrapaba moscas, y como diríais vosotros, croaba. No hablaba nuestro idioma, sólo hablaba el dialecto de los niños-sapo del idioma batracio. Tampoco tenía nombre, pues lo de Gustavo fue un invento de la prensa, siempre tan original. Gustavo vivía tranquilo y anónimo en una charca, hasta que un día vio a Sara, una niña humana, y se enamoró. Este repentino enamoramiento no debería haber tenido mayor relevancia. Sara salió huyendo dejando a Gustavo solo y desamparado a la orilla de la charca, aunque su tristeza no duró mucho. Su piel deslizante le permitía recuperarse pronto de este tipo de daños, y podríamos decir que le resbalaban las decepciones de esta clase. Pronto estaba croando alegremente de nuevo, olvidando asuntos de amores humanos. Sin embargo, este asunto no pasó desapercibido. LLegó a oídos de los medios de comunicación, y pronto quisieron interesarse por el enamorado niño-sapo. Y es ahora cuando yo entro en esta historia.

Aunque soy de los pocos expertos en idioma batracio, y sobre todo en el dialecto de los niños-sapo, como comprenderéis, no es fácil ganarse la vida como traductor de dicha lengua. No es que haya mucha demanda, precisamente. Aquella era la primera vez que me llamaban para traducir a alguien. Gustavo hablaba despacio, con un dialecto cuidado y suave, pensaba bien todo lo que decía, y yo no tenía ningún problema para traducir sus palabras. Aparecimos en televisión en directo en horas de gran audiencia. Recuerdo bien la primera pregunta:
- Gustavo, ¿qué prefieres ser, niño o sapo?
Como siempre, Gustavo se tomó su tiempo para responder que tanto ser niño como ser sapo tenía sus ventajas, y que no renunciaría a ninguna de ellas. Respondió que estaba muy orgulloso de su condición de niño-sapo y que no le interesaba ser humano. Mi traducción se ajustó correctamente a sus palabras. Con la segunda pregunta, la prensa volvió a la carga:
- ¿No preferirías ser un niño humano para conseguir el amor de Sara?
Gustavo, muy tranquilo, respondió que la verdad era que Sara había sido un amor que hacía tiempo que se había marchado, y que ya no significaba nada para él. Que gracias a su piel de sapo había conseguido alejar todo tipo de rencores o nostalgias.
Y a decir verdad, eso fue el final de todo. La entrevista finalizó con un par de preguntas anodinas y todos nos dimos cuenta de que las respuestas de Gustavo no interesaban a nadie. ¿A quién podía interesar un niño-sapo feliz de ser niño-sapo, que no hablaba nuestro idioma, y al que el amor le duraba tan poco? El momento de gloria del niño-sapo había pasado para siempre. Ahora se le ve de nuevo en la charca, papando moscas como actividad principal. Como ha salido por la tele, es la admiración de las ranas, pero él las ignora. De vez en cuando, pasa una niña humana y Gustavo se enamora, brevemente. Y como esto ya a nadie le importa, yo sigo sin trabajo