Oh, qué bella era, qué felices fuimos juntas durante todo ese eterno momento en el que no sabíamos nada la una de la otra.
Por desgracia, cometimos el error de averiguar nuestros nombres. La única manera que encontramos de solucionar aquello fue cambiarlos. Yo, en secreto, me cambié el nombre por el suyo, lo cual fue un error, pues en seguida intuí que ella había adoptado mi antiguo nombre. Así, una vez más decidimos volver a llamarnos de otra manera, pero por designios de la mala fortuna, siempre acabábamos por descubrirlo. Me llamé de mil maneras diferentes, ella tuvo miles de nombres, pero ninguno permaneció jamás en secreto. Así que ella decidió finalmente beber aquella copa de veneno y aquí me tienen besándole los labios.
sábado, 27 de septiembre de 2008
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