Algo iba mal. Aquel paracticante que me iba a inyectar la vacuna contra la gripe se frotaba las manos y me miraba de reojo. Noté que trataba de disimular sus malvadas risotadas e incluso juraría que rápidamente escondió una cruz gamada que llevaba bajo su bata blanca.
-Como le iba diciendo, señor de las SS, que me venía a vacunar contra la gripe, la escarlatina, los días de lluvia, las decepciones, el aburrimiento, la angustia vital, el pánico a abrir la boca, la estupidez, la ingenuidad y los atascos. No me ponga más de dos inyecciones, si puede ser.
-Claaaaaro, siéntese mientras afilo este cuchillo de carnicero con el que no sentirá nada. ¿Quiere también una castración?
-Puesss... ¿sería temporal o definitiva?
-Bueno, eso depende de si le vuelve a crecer o no.
-Ya. Bueno, dejémoslo para otro día. Solamente póngame las vacunas y deme unos azotes.
-Muy bien. Quítese ese disfraz y ábrame su alma que en seguida comenzamos. ¿Me enseña su carnet del partido?
-Creo que no lo he traído. Si sirve este tatuaje o estos lunares...
-Perfecto. Relájese. ¿Le pongo una mordaza...?
Según les cuento esto, creo que he cogido la gripe. Y la escarlatina. Tengo un terrible día de lluvia en lo más profundo de mi aburrimiento, pugnan la decepción y la angustia vital por hacerse con mi alma y alguien me ha contagiado su pánico a abrir la boca y su estupidez. Qué ingenuo soy. No sé si concluir que todo este atasco de monstruos de laboratorio se debe a la reacción de las vacunas o a que ese practicante carnicero de la gestapo no me ha inyectado nada. Quizás si hubiera optado por la castración...
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1 comentario:
Oye, eres muy bueno escribiendo. Me están gustando tus historias un monton: Soy una chica de Madrid, y nada más te escribo para pedirte que nunca dejes de escribir, haces feliz a la gente.
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