Recuerdo la primera vez que la grieta de la pared de mi cuarto me mordió. Fue un descuido por parte de ambos. Yo no me di cuenta de que ella estba allí, con la boca casualmente abierta y llena de dientes, y ella apenas era consciente de lo que hacía cuando se encontró masticando en mis carnes. El suelo, inocente testigo del incidente, se regó con un hilillo de sangre y cal, símbolo de una desfloración terriblemente mutua y accidental.
Es cierto que desde entonces yo avanzo por mi cuarto lentamente, rozando mi piel contra la blanca pared, y que la grieta me espera, disimulando, pero con su fisura bien dispuesta a hincar. A veces simulo un tropezón que me hace acabar con todo mi cuerpo sobre la hendidura, y ella simula un acto reflejo de su colmillo para hendirlo en mí suave pero firmemente, hasta que no sólo el suelo, sino también los muebles, la lámpara y los cristales de la ventana se tiñen de la emanación de nuestras savias, mi roja sangre, su blanca tiza.
De esta manera, yo me difumino lentamente, gota a gota. Ella abre su orificio, grano a grano, dibujando con precisión mi silueta. Prácticamente es mi cuerpo entero el que tiene espacio dentro de su boca. Pronto me ofreceré, como un plácido sacrificio, y de un solo y certero bocado seré engullido para siempre, digerido en el estómago de una pared que desaparecerá por la inmensidad insaciable de su grieta.
viernes, 21 de noviembre de 2008
martes, 4 de noviembre de 2008
Mitocondrias despeinadas
El Comandante Finch había capturado a tres alienígenas. Los había metido en una bolsa y había regresado al planeta dispuesto a demostrar que había vida más allá de la Tierra.
La NASA los metió en un laboratorio y los analizó. Qué feos eran. Y qué despeinados estaban. Después de muchos análisis, muchos informes, muchas reuniones e incontables discusiones, llamaron al Comandante Finch y le dieron la noticia:
-Nadie sabrá lo de los extraterrestres. Será un secreto de estado. Los esconderemos y jamás hablaremos de ellos.
Finch no salía de su indignación. Era su descubrimiento. Tantos años de trabajo en busca de la gloria, tanto esfuerzo en sus viajes espaciales, tanto riesgo en la captura, para nada.
-Compréndalo, Comandante Finch. La humanidad no está preparada para esto. Esos tres alienígenas son demasiado feos.
-Eso es porque están despeinados... venían en una bolsa -replicaba Finch. -Traigan un peine y verán como la cosa mejora.
-Es inútil. Hemos probado con todo tipo de peines y cepillos, con miles de gominas, fijadores, pero es imposible. Hasta los peluquines que les probamos acaban despeinándose.
-¡Que traigan a los mejores peluqueros del mundo!
-No es ése el problema, Comandante. Nos tememos que es una cuestión genética. Hemos estudiado sus células y... bueno, en ellas no había nada destacable, en síntesis son similares a las humanas. La única diferencia está dentro de las células eucariotas, ahí está la causa de ese aspecto desaliñado.
-No me vengan con monsergas. Qué tienen que ver las células...
-Permítame explicárselo, aunque es algo insólito. Verá, esencialmente no hay nada raro en ellos, lo podrá usted mismo comprobar a través del microscopio... si se fija en el citoplasma, ve, todo es normal, sin embargo, fíjese usted en las mitocondrias... están como...
-¡Despeinadas!
-Exactamente. Verá, no hay explicación científica a ese hecho, y debemos concluir que si esos seres están inevitablemente despeinados es porque sus mitocondrias lo están también. No queremos dar esa explicación tan vergonzosa e inverosímil al mundo de la ciencia, y además... están tan feos...
El Comandante Finch dejó de trabajar para la NASA poco después y desapareció durante un tiempo. Jamás habló con nadie de la existencia de vida despeinada en otros planetas. Se rumorea que ha sido visto trabajando en una peluquería y que no hay cabello rebelde que se le resista.
La NASA los metió en un laboratorio y los analizó. Qué feos eran. Y qué despeinados estaban. Después de muchos análisis, muchos informes, muchas reuniones e incontables discusiones, llamaron al Comandante Finch y le dieron la noticia:
-Nadie sabrá lo de los extraterrestres. Será un secreto de estado. Los esconderemos y jamás hablaremos de ellos.
Finch no salía de su indignación. Era su descubrimiento. Tantos años de trabajo en busca de la gloria, tanto esfuerzo en sus viajes espaciales, tanto riesgo en la captura, para nada.
-Compréndalo, Comandante Finch. La humanidad no está preparada para esto. Esos tres alienígenas son demasiado feos.
-Eso es porque están despeinados... venían en una bolsa -replicaba Finch. -Traigan un peine y verán como la cosa mejora.
-Es inútil. Hemos probado con todo tipo de peines y cepillos, con miles de gominas, fijadores, pero es imposible. Hasta los peluquines que les probamos acaban despeinándose.
-¡Que traigan a los mejores peluqueros del mundo!
-No es ése el problema, Comandante. Nos tememos que es una cuestión genética. Hemos estudiado sus células y... bueno, en ellas no había nada destacable, en síntesis son similares a las humanas. La única diferencia está dentro de las células eucariotas, ahí está la causa de ese aspecto desaliñado.
-No me vengan con monsergas. Qué tienen que ver las células...
-Permítame explicárselo, aunque es algo insólito. Verá, esencialmente no hay nada raro en ellos, lo podrá usted mismo comprobar a través del microscopio... si se fija en el citoplasma, ve, todo es normal, sin embargo, fíjese usted en las mitocondrias... están como...
-¡Despeinadas!
-Exactamente. Verá, no hay explicación científica a ese hecho, y debemos concluir que si esos seres están inevitablemente despeinados es porque sus mitocondrias lo están también. No queremos dar esa explicación tan vergonzosa e inverosímil al mundo de la ciencia, y además... están tan feos...
El Comandante Finch dejó de trabajar para la NASA poco después y desapareció durante un tiempo. Jamás habló con nadie de la existencia de vida despeinada en otros planetas. Se rumorea que ha sido visto trabajando en una peluquería y que no hay cabello rebelde que se le resista.
Vacunas
Algo iba mal. Aquel paracticante que me iba a inyectar la vacuna contra la gripe se frotaba las manos y me miraba de reojo. Noté que trataba de disimular sus malvadas risotadas e incluso juraría que rápidamente escondió una cruz gamada que llevaba bajo su bata blanca.
-Como le iba diciendo, señor de las SS, que me venía a vacunar contra la gripe, la escarlatina, los días de lluvia, las decepciones, el aburrimiento, la angustia vital, el pánico a abrir la boca, la estupidez, la ingenuidad y los atascos. No me ponga más de dos inyecciones, si puede ser.
-Claaaaaro, siéntese mientras afilo este cuchillo de carnicero con el que no sentirá nada. ¿Quiere también una castración?
-Puesss... ¿sería temporal o definitiva?
-Bueno, eso depende de si le vuelve a crecer o no.
-Ya. Bueno, dejémoslo para otro día. Solamente póngame las vacunas y deme unos azotes.
-Muy bien. Quítese ese disfraz y ábrame su alma que en seguida comenzamos. ¿Me enseña su carnet del partido?
-Creo que no lo he traído. Si sirve este tatuaje o estos lunares...
-Perfecto. Relájese. ¿Le pongo una mordaza...?
Según les cuento esto, creo que he cogido la gripe. Y la escarlatina. Tengo un terrible día de lluvia en lo más profundo de mi aburrimiento, pugnan la decepción y la angustia vital por hacerse con mi alma y alguien me ha contagiado su pánico a abrir la boca y su estupidez. Qué ingenuo soy. No sé si concluir que todo este atasco de monstruos de laboratorio se debe a la reacción de las vacunas o a que ese practicante carnicero de la gestapo no me ha inyectado nada. Quizás si hubiera optado por la castración...
-Como le iba diciendo, señor de las SS, que me venía a vacunar contra la gripe, la escarlatina, los días de lluvia, las decepciones, el aburrimiento, la angustia vital, el pánico a abrir la boca, la estupidez, la ingenuidad y los atascos. No me ponga más de dos inyecciones, si puede ser.
-Claaaaaro, siéntese mientras afilo este cuchillo de carnicero con el que no sentirá nada. ¿Quiere también una castración?
-Puesss... ¿sería temporal o definitiva?
-Bueno, eso depende de si le vuelve a crecer o no.
-Ya. Bueno, dejémoslo para otro día. Solamente póngame las vacunas y deme unos azotes.
-Muy bien. Quítese ese disfraz y ábrame su alma que en seguida comenzamos. ¿Me enseña su carnet del partido?
-Creo que no lo he traído. Si sirve este tatuaje o estos lunares...
-Perfecto. Relájese. ¿Le pongo una mordaza...?
Según les cuento esto, creo que he cogido la gripe. Y la escarlatina. Tengo un terrible día de lluvia en lo más profundo de mi aburrimiento, pugnan la decepción y la angustia vital por hacerse con mi alma y alguien me ha contagiado su pánico a abrir la boca y su estupidez. Qué ingenuo soy. No sé si concluir que todo este atasco de monstruos de laboratorio se debe a la reacción de las vacunas o a que ese practicante carnicero de la gestapo no me ha inyectado nada. Quizás si hubiera optado por la castración...
Ella no cree en la duración
I
Esta noche soñé palabras. Fue un sueño ensordecedor, porque aquellas palabras retumbaban en mis oídos con la fuerza de un cañón. Sonaron con tanto estruendo que cuando desperté todavía se escuchaba su eco en mi memoria y en las paredes de mi cuarto. Rápidamente me apresuré a escribirlas, a ver qué era todo aquello."Ella no cree en la duración
y dura tanto
eterna eterna
santa santa
no quiere ser
sobre báculos desmoronados
cocina su sopita
material
de lágrimas
cenizas de los santos
sangre de puta
grasa burguesa
huesos molidos de canónigo
con pincel
de pelo de Vírgenes
pinta blasfemias
en los muros en ruinas
hondo hondo
bajo la catedral
le conjura
ella le ama
él a ella no
siempre siempre
pasa él ante ella"
¿Qué diantres era eso? ¿Por qué se aperecieron todas esas palabras en mi sueño? ¿Tenían algún sentido? Esas palabras sin duda no me pertenecían, y era muy extraño verlas ahora escritas por mi mano, como si alguien me las hubiese dictado.
Cuando esta tarde me he sentado frente al ordenador y se me ha ocurrido escribir la primera frase en el google, descubro para mi asombro, que todo eso es un poema de Heinrich Böll. Puedo prometer que jamás he leído nada de él, que lo conozco porque mi tío tiene un libro suyo en casa, pero aseguro que ni siquiera lo había hojeado. No encuentro ninguna explicación a este hecho, y me siento tan desorientado que tengo que confesar que he llegado a asustarme. ¿Por qué he soñado un poema de Heinrich Böll?
II
Hace algún tiempo que Emma se siente perdida, desesperada. Dice que Pedro, su marido, no la comprende, o que ella no lo comprende a él. Que Pedro se comporta de manera muy extraña, que no es el mismo de siempre.
-Habla en sueños. Cada noche dice cosas más raras -me contó ayer entre sollozos.
-¿Y qué dice? -le pregunté yo.
-Cosas incomprensibles. Habla sobre sangre de putas, y pelos de vírgenes. Yo creo que me engaña con otras.
No tardé en reconocer el mismo poema que yo mismo había soñado la noche anterior. Pedro lo había soñado también.
-¿Sabes qué ha estado leyendo Pedro últimamente? -traté de indagar.
-¿Pedro? Pero si no ha abierto un libro en su vida.
-Entonces, ¿no está familiarizado con la literatura alemana de posguerra?
-¿Qué?
-Nada, olvídalo.
Decidí no explicarle a Emma nada relacionado con mi sueño, o con el significado de las palabras de su marido. Por el contrario, lo que decidí hacer fue consolarla, seducirla con mis malas artes, llevármela a la cama y hacerle el amor hasta altas horas de la madrugada. Yo no desaprovecho un momento de debilidad.
Después de una noche que no olvidará, Emma se durmió. Más tarde, fue ella la que en sueños recitó el poema de Heinrich Böll.
El 100 % de los encuestados afirmó que jamás había oído hablar de ningún poeta llamado Heinrich Böll. Sin embargo, tras enseñarles su poema Colonia II, el 85 % declaró que lo conocían, o que les sonaba de algo, y hasta un 55% llegó a confesar que habían soñado con él. Era evidente, pues, que de alguna manera, el sueño de dicho poema se estaba propagando entre muchos de nosotros. El motivo era un auténtico misterio.
Fue Katarina la que realmente se obsesionó con el tema. Tras haber soñado con el poema varias noches, haberse despertado con los versos en su boca, y tras saber los resultados de mi encuesta, decidió que tenía que desentrañar las causas de esa extraña conexión. Para ello, decidió aplicarse duramente a analizar cada verso del poema, a estudiar exhaustivamente la obra completa de su autor y a desentrañar cada aspecto de su vida. Con todo ello, pensaba Katarina, encontraría las causas de la aparición de Colonia II en nuestras vidas, en nuestros sueños. Yo prometí ayudarle. De vez en cuando trataba de enzarzarme en la obra de Heinrich Böll y aportar alguna idea en el proyecto de Katarina. Finalmente, logré mi objetivo, que por supuesto no era otro que seducirla con mis malas artes y llevármela a la cama. Hicimos el amor durante horas, hasta la madrugada, hasta quedarnos dormidos de extenuación y acabar recitando en sueños y al unísono el poema de Heinrich Böll.
A la mañana siguiente, ni Katarina ni yo estábamos allí. De todos modos, ella no cree en la duración, tampoco.
-Habla en sueños. Cada noche dice cosas más raras -me contó ayer entre sollozos.
-¿Y qué dice? -le pregunté yo.
-Cosas incomprensibles. Habla sobre sangre de putas, y pelos de vírgenes. Yo creo que me engaña con otras.
No tardé en reconocer el mismo poema que yo mismo había soñado la noche anterior. Pedro lo había soñado también.
-¿Sabes qué ha estado leyendo Pedro últimamente? -traté de indagar.
-¿Pedro? Pero si no ha abierto un libro en su vida.
-Entonces, ¿no está familiarizado con la literatura alemana de posguerra?
-¿Qué?
-Nada, olvídalo.
Decidí no explicarle a Emma nada relacionado con mi sueño, o con el significado de las palabras de su marido. Por el contrario, lo que decidí hacer fue consolarla, seducirla con mis malas artes, llevármela a la cama y hacerle el amor hasta altas horas de la madrugada. Yo no desaprovecho un momento de debilidad.
Después de una noche que no olvidará, Emma se durmió. Más tarde, fue ella la que en sueños recitó el poema de Heinrich Böll.
III
El 100 % de los encuestados afirmó que jamás había oído hablar de ningún poeta llamado Heinrich Böll. Sin embargo, tras enseñarles su poema Colonia II, el 85 % declaró que lo conocían, o que les sonaba de algo, y hasta un 55% llegó a confesar que habían soñado con él. Era evidente, pues, que de alguna manera, el sueño de dicho poema se estaba propagando entre muchos de nosotros. El motivo era un auténtico misterio.
Fue Katarina la que realmente se obsesionó con el tema. Tras haber soñado con el poema varias noches, haberse despertado con los versos en su boca, y tras saber los resultados de mi encuesta, decidió que tenía que desentrañar las causas de esa extraña conexión. Para ello, decidió aplicarse duramente a analizar cada verso del poema, a estudiar exhaustivamente la obra completa de su autor y a desentrañar cada aspecto de su vida. Con todo ello, pensaba Katarina, encontraría las causas de la aparición de Colonia II en nuestras vidas, en nuestros sueños. Yo prometí ayudarle. De vez en cuando trataba de enzarzarme en la obra de Heinrich Böll y aportar alguna idea en el proyecto de Katarina. Finalmente, logré mi objetivo, que por supuesto no era otro que seducirla con mis malas artes y llevármela a la cama. Hicimos el amor durante horas, hasta la madrugada, hasta quedarnos dormidos de extenuación y acabar recitando en sueños y al unísono el poema de Heinrich Böll.
A la mañana siguiente, ni Katarina ni yo estábamos allí. De todos modos, ella no cree en la duración, tampoco.
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